viernes, 18 de junio de 2010

La traición de la lectura

Por Humphrey Bogart cuando dice play it again Sam*


El imprescindible Dr. Wong se ha tomado el inútil trabajo de responder a una pregunta sobre la utilidad de las cosas. La respuesta solo puede ser tan estúpida como la pregunta. El Imprescindible Dr. Wong no ha querido responder con otra pregunta o simplemente no responder, que habría sido lo más inteligente.

Nada es útil, como nada es importante; aunque algunas cosas valen la pena, como el vino tinto y las vaginas húmedas; si, ya sé que es una opinión estrictamente masculina, pero suelo ser estrictamente masculino el noventa por ciento de las ocasiones y no tengo ganas de excusarme por ello. La pregunta que no se ha hecho entonces pero que a pesar de ello vale la pena responder es, ¿que es lo que vale la pena?

¿Vale la pena escribir? Solo si vale la pena leer y esto último en el caso de que produzca algún tipo de placer, pero, ¿es esto cierto? ¿Y el placer de escribir? Escribir para no ser leído es un ejercicio de violencia intelectual tal que podría vincularse a los orígenes del misterio de la combustión espontánea de algunos libros (y otras obras de arte) como le sucedió a nuestro amigo Eddy, la hiena triste, a quien se le iban quemando las líneas de El Proceso mientras las leía. Eddy terminó con las manos y la cara cubiertos por una áspera capa de hollín, bajo la cual dejaba ver una sonrisa estúpida.

Leer es traicionar un texto, el texto. Por eso todo esfuerzo literario se construye en la escritura y se destruye al leerlo, pero ese es su destino. ¿Vale la pena escribir un texto que nunca será leído desde el ángulo, el minuto, en que ha sido escrito; desde una zona de placer o gozo diferente a la del autor, desde otra experiencia? El texto se quema al ser leído como la guitarra de Jimmy Hendrix al final del concierto de Monterrey en 1967.

Y solo queda el placer.


*pronto conoceremos a Eddy...

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