martes, 29 de junio de 2010

Rosa, la afgana

Por Eddy, la hiena triste*

Esta taberna tiene goteras, al menos una, cae rítmicamente en una esquina del mostrador, dentro de un recipiente plástico que alguien ha colocado allí, como solución temporal, hace algunos años ya. La gotera hace glup, glup, al tiempo que la puerta, con la cerradura rota, golpea de vez en cuando contra su marco y desde el baño sin puerta llega el alegre ronroneo del chorro lanzado por algún ocupante de turno. Del hotelucho contiguo se escuchan a veces chirridos de viejos bastidores mezclados con gemidos sordos; en un antiguo tocadiscos se marea la voz de Betsie Smith.

Hay pocos parroquianos, porque aquí no se permiten las parejas casadas, no hay televisor, esta prohibido hablar de fútbol y se puede fumar, lo que otorga al lugar una paz única, imposible de encontrar en ningún otro lugar del mundo. Por eso llegan poetas perdidos, putas románticas, músicos errantes, iluminados filósofos de café con leche, pintores de un solo color o ninguno, alcohólicos que rechazan el anonimato y tres tipos como Humphrey Bogart cuando dice play it again Sam, el Imprescindible Dr. Wong, y yo, Eddy, la hiena triste.

Nadie tiene dinero, ni falta que hace, porque con lo mala que esta el aguardiente no hay quien se atreva a cobrarla; la Señora Rolliza que por la gracia de Dios atiende el lugar sirve uno a uno los vasos con la mano izquierda, mientras con la derecha entre los pliegues de su amplia falda se sostiene el coño como si se le fuera a caer y es que lo tiene hinchado de tanto masturbarse detrás del mostrador mientras sirve los tragos de sus oscuros clientes. Aquí huele a madera, alcohol y jazmín de la pipa del Imprescindible Dr. Wong.

Pasa por aquí de vez en cuando Rosa, la afgana, que es mas bien rumana, pero le dicen así por el hachís que vende; bella bajo sus harapos como no lo seria en traje de noche, lo suficientemente sobria como para no chupársela a cualquiera por cinco euros y lo suficientemente ebria como para tirarse a un amigo gratis. Pero yo no quiero tirarme a Rosa la afgana, hoy no, solo quiero que escuche mi poema del gatito verde, y que le guste aunque sea, como ella dice, "por el sonido de las palabras" porque no entiende un carajo de castellano.

En algunos días raros, vienen a tomar algo un par de mellizas, la Mujer Sombra y la Mujer Fuente, la primera, de ojos lánguidos, voz quebrada y una camiseta muy vieja que dice "el amor es mi alimento", lee en voz baja melancólicos poemas y a veces termina llorando; "mi hermana tiene ataques de sí misma" aclara entonces la segunda, de rostro iluminado, voz nerviosa y una brillante camiseta que dice "yo lo que quiero es coger" y lee, como si fuera a bailarlos, textos brillantes de una prosa elegante y límpida. Casualmente ahí se van, más o menos cubiertas de la lluvia y la nieve, a buscar cada una lo suyo, pero las dos juntas; nunca se sabe quién se llevará el gato al agua.

Yo estoy todo nervioso como cada vez que tengo público, nutrido esta vez por Rosa la afgana, ella solita, dispuesta a escuchar el poema del gatito verde, que, ahora lo sé, he escrito solo para ella.


*desaparecido en La Habana en los años 80 sin que nadie se diera cuenta…
Grabado: de izquierda a derecha, el Imprescindible Dr Wong tocando una guitarra sin cuerdas; Eddy, la hiena triste, la Señora Rolliza con las dos manos visibles y Rosa, la afgana, esperando por Humphrey Bogart, etc...

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